Había aparecido un lado doloroso, la ilusión levantó su velo y mi mágico mundo se
desmoronó. La tristeza decidió hospedarse por bastante tiempo en mi corazón.
Abruptamente, la realidad golpeó la puerta de mi vida y todo cambió de color.
Nada de lo que parecía era, las definiciones no servían, los conceptos carecían de sentido.
En mi interior, miles de preguntas me atormentaban, mientras el dolor no dejaba
de arremeter, moviendo lo que había creído que era la vida hasta entonces.
Un año después decidí divorciarme y seguir mi camino. Esta experiencia ocupaba
toda mi energía y la vida en pareja ya no era de mi interés. Otras vibraciones me
estaba llamando.
Pedí traslado a la capital de la provincia, Resistencia. Dejé mi casa, amigos
y familia y partí con mi hija luego de una problemática separación,
con todos mis miedosa cuestas, llevándome los cuestionamientos familiares,
siguiendo una senda
y familia y partí con mi hija luego de una problemática separación,
con todos mis miedosa cuestas, llevándome los cuestionamientos familiares,
siguiendo una senda
que solamente yo veía.
Allí inicié una nueva vida, mientras Gisella crecía también con todas sus preguntas
y sus propios cuestionamientos sobre el por qué de la separación.
¿Por qué el papá no seguía con la mamá.?
Fueron tiempos de acostumbrarme a una vida diferente; nuevos compañeros
de trabajo, vivir por primera vez en un departamento, un barrio que no era de
mi agrado y comenzar a comprender qué es lo que estaba pasando en mi interior.
Lo primero que hice fue seguir un curso de meditación, lo sentía absolutamente
necesario ya que la entereza que había mostrado, esa fuerza interior para el cambio,
nacía de un lugar desconocido, pero en realidad estaba deshecha. En ese mundo,
conectándome conmigo, comencé a encontrar pequeñas respuestas, atisbos que
me fueron mostrando otros aspectos que nunca había percibido. Logré equilibrarme y
con ella mi relación con Gisella cambió, para comenzar a armonizarse.
Y así seguimos esa relación entrañable que nos unía tan profundamente en la cual
no existía una sin la otra.
Incluso una vez, llorando, me reclamó por haberla cuidado tanto. Tenía ocho años
y nunca la dejé hacer algo por ella misma. Y ahora no se atrevía a viajar sola a ver
a su padre, no se animaba a subir al colectivo para ir al colegio, simplemente se asustaba.
Caminábamos por la vida, siempre de la mano, sosteniéndonos mutuamente,
con un amor que tenía mucho de obsesión.
Nos comunicábamos en sueños. Muchas veces, cuando viajaba a su ciudad
natal, de noche abría violentamente la puerta del dormitorio y se abrazaba a mi.
Aunque físicamente no estaba, yo sentía el palpitar de su corazón y la tibieza de
su piel.
su piel.
Sabía que en algún momento me contaría alguna experiencia que la había alterado.
Cada vez que se pasaban algunos minutos de la hora en que tenía que volver
del colegio y no llegaba, yo entraba en desesperación. Tomaba su agenda
y telefoneaba a la casa de sus compañeras, llegando a enfermarme si no sabía
lo que estaba pasando, con su consiguiente reclamo, porque no podía entender
lo que me ocurría.
del colegio y no llegaba, yo entraba en desesperación. Tomaba su agenda
y telefoneaba a la casa de sus compañeras, llegando a enfermarme si no sabía
lo que estaba pasando, con su consiguiente reclamo, porque no podía entender
lo que me ocurría.
Yo tampoco entendía mi propia reacción. Siempre la vi como una niñita, la llamaba
“la nena”, la trataba de la misma manera y no la dejaba que se independizara,
con el profundo miedo que le sucediera algo que no sabía explicar qué era.
Con el tiempo, nos integramos a la nueva ciudad. Hicimos amistades perdurables,
concretamos una buena relación entre nosotras y las dos teníamos nuestra vida personal..
Los cambios interiores seguramente no habían sido completos, ya que un día supe
intuitivamente que estaba gestando una enfermedad. Pero el diagnóstico
definitivo de cáncer de mama tardó diez meses en confirmarse.
definitivo de cáncer de mama tardó diez meses en confirmarse.
Decidimos con mi hermana Mary pedir una segunda opinión en Buenos Aires.
Era el año 1995, Gisella tenía catorce años e iba a la Escuela Secundaria ,
hasta el momento sin problemas.
Esta etapa necesitaba de mucha fortaleza, nos despedimos llorando sin consuelo
y se quedó acompañada de mi hermana Alicia.
Esto llevó a ambas a una gran prueba, que duró mucho tiempo. Fue un periodo
en que tuvimos que separarnos y cada una lo vivió a su manera.
en que tuvimos que separarnos y cada una lo vivió a su manera.
El denominador común fue el dolor, la constante preocupación y la imposibilidad
de controlar nada, lo que provocaba más enfermedades.
de controlar nada, lo que provocaba más enfermedades.
Mientras yo pasaba de un estudio a otro, los médicos opinaban y se decidía la
cirugía fueron pasando los días.
En medio de la espera del análisis patológico luego de tan larga operación,
para mi el mundo se detuvo. Me sentía en una nube, rodeada de algodones, no
quería pensar ni especular, solamente despertar el día en que los estudios
dieran su última palabra.
Un momento antes de entrar a la Sala de Cirugía me pregunté. ¿Quiero vivir?
La respuesta fue: “Si, pero desde un lugar diferente.” Y me dormí.
Esta intención de sanar proyectó un resultado favorable. Milagrosamente
la enfermedad estaba encapsulada y sólo debía rehabilitarme.
Me quedaba un tiempo importante de trabajo con los médicos. Consideraba un
ángel a quien me estaba realizando la reconstrucción mamaria, porque sólo un
ángel pudo llegar en ese momento a mi vida y transformar un hecho tan fuerte
en una tarea de amor a mi misma y a mi cuerpo. Este maravilloso ser me trataba
como a una escultura, cada vez que venía a cambiarme las vendas lo hacía de
una manera que pocas veces he visto, con una total entrega, como si realmente
el trabajo fuera una obra de arte.
Gisella vino a visitarme y luego siguió viaje a Mar del Plata, a la casa de su tíos.
Yo estaba un poco mejor y logramos pasear e ir de compras.
Pero el proceso fue largo, duraría casi un año, de constantes
viajes a Buenos Aires y dos grandes cirugías.
viajes a Buenos Aires y dos grandes cirugías.
Mi intención de sanar prevaleció. Milagrosamente, todo fue mejorando.
En el camino quedó la carrera de Derecho que yo había comenzado un
tiempo antes y “la nena” repitió el año escolar fruto del proceso de
la enfermedad y la separación.
tiempo antes y “la nena” repitió el año escolar fruto del proceso de
la enfermedad y la separación.
Conseguir colegio para una alumna que repite es una odisea. Parece ser
que el adolescente ya no tendrá más oportunidades y debe aceptar
algún lugar perdido en un colegio pobre y triste, donde todos los
alumnos son producto de la misma causa y donde se crea un ambiente
de niños que no permiten ser ayudados y a quienes nadie quiere ayudar.
que el adolescente ya no tendrá más oportunidades y debe aceptar
algún lugar perdido en un colegio pobre y triste, donde todos los
alumnos son producto de la misma causa y donde se crea un ambiente
de niños que no permiten ser ayudados y a quienes nadie quiere ayudar.
Un nuevo espacio totalmente diferente, donde ella se integró a un grupo de
compañeros que pasarían a formar parte de su vida de ahora en más.
Desde la época en que salí de mi ciudad natal, me dediqué a la meditación.
Al año de la separación toda la armadura que me había creado para
sobrevivir se fue resquebrajando y llegó un momento en que debía hacer
una terapia ya que estaba muy delgada y no podía dormir.
La meditación me ayudó a sanar y a la vez
una terapia ya que estaba muy delgada y no podía dormir.
La meditación me ayudó a sanar y a la vez
me mostró un camino que mi alma anhelaba.
En el mismo Instituto concurrí a clases donde practicábamos diferentes
tipos de percepciones extrasensoriales. Telepatía, clarividencia,
psicodetección, lectura de aura, sanaciones. Fueron tiempos de aprendizaje
sin preguntarme nada, sólo por el placer de reconocerme capaz en esa
áreas que no se pueden comprobar, pero que para mí tenían una
existencia visible.
psicodetección, lectura de aura, sanaciones. Fueron tiempos de aprendizaje
sin preguntarme nada, sólo por el placer de reconocerme capaz en esa
áreas que no se pueden comprobar, pero que para mí tenían una
existencia visible.
El mundo invisible era un espacio donde podía entrar, claramente y sin
ningún esfuerzo. Colores, símbolos, energías, danzaban en mi mundo interior
y por fin podía comunicarme con ellas.
Aquí también comenzaron a responderse mis preguntas sobre la muerte,
la reencarnación según la religión hinduista, los aprendizajes que cada ser tiene
que realizar, el por qué de la existencia.
Las respuestas llegaron a través de distintas personas que aparecieron
en mi vida y sentí que mi camino tenía que ver con eso; con descubrir lo
que el Universo esconde en cada una de sus manifestaciones como información
para los seres que viven en este planeta, y que debemos aprender a decodificar.
Mi adorada hija decía que donde estaba su mamá siempre sucedían “cosas raras”,
“ que todo era posible”.
Ella era un ser muy especial. Muchas veces yo me preguntaba por qué tuve
que estudiar para recordar tantas cosas sobre la vida y mi hija ya las sabía.